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29 marzo 2012

Una historia sobre cómo se consiguen los derechos

En un día como hoy, os voy a contar una experiencia real que tuvo lugar algunos años.

Hace algunos años estuve trabajando de personal laboral (~cuasifuncionario) en el Ministerio de Industria. En aquella época estaba opositando y publicaron una plaza dentro del área de sistemas. Yo me presenté y bueno ... el caso es que quedé el primero en los 3 exámenes y me la llevé. Era una plaza para 1 año, no renovable. Mi objetivo era conseguir saltar de esa plaza a otra y de esa forma conseguir un trabajo fijo, con más estabilidad de lo que solemos tener los ingenieros informáticos en consultoría (pista para los no-informáticos: nuestra estabilidad siempre ha sido baja, aunque no más que cualquier otra persona hoy en día ...) El caso es que antes de incorporarme estuve cerca de 2 meses preguntando cuál sería mi horario, y dónde iba a ir destinado, ya que el salario sí lo sabía porque venía publicado en la plaza. En esos dos meses nadie supo contestarme, a pesar de que llamé practicamente todos los días.



Cuando me incorporé, descubrí con sorpresa y horror que el jefe de la unidad había dispuesto para mí un horario de 50 horas semanales (sí, siendo personal laboral, y 50 horas) de las cuales obviamente estaban reconocidas 40. Teóricamente tenía 40 en lugar de 37,5 porque tenía plus de productividad (en la administración, productividad no quiere decir trabajar más o producir más, sino estar más horas, concretamente 2,5 horas más). Mi idea siendo funcionario no era trabajar más que en consultoría, sino menos tiempo. Me daba lo mismo si ganaba menos dinero. Lo que perseguía era un buen horario compatible con tener familia y tiempo libre. En el Ministerio de Industria lo normal es tener 37.5 horas (5 mañanas a la semana) y si tienes productividad, 2 tardes por semana, que puedes hacer como quieras. De hecho, esto es así incluso para muchos externos de otros departamentos. La idea de mi jefe era incorporarme al grupo de externos (3-4 personas) que como externos que eran, tenían que tragar con todo, pues el cliente (~el ministerio) mandaba, y la empresa proveedora no iba a defender desde luego sus derechos. Estas personas hacían el trabajo que no hacían las otras 20 que integraban sistemas. Esas 20 personas, a pesar de tener jornada de 37,5 horas, era raro si llegaban a permanecer 25 dentro del ministerio (no digo ya en su puesto de trabajo), ya que prácticamente venían a pasar la mañana, a quemar tiempo y marcharse. En esta época descubrí que es posible desayunar 3 veces en 4 horas, o quienes son los que salen en la puerta del Corte Inglés en las noticias cuando hay rebajas). Es decir, que para que 20 personas vivieran bien (no bien, de puta madre), 4 tenían que estar mal, entrando temprano, saliendo tarde, comiendo delante del ordenador sin dejar de trabajar, haciendo guardias y teniendo que estar disponible los fines de semana. ¿Aquello era justo? Obviamente, no. 





Como iba diciendo, me asignaron al grupo de ataque de los 3 externos, pero con la gran diferencia de que yo NO ERA EXTERNO. Había pasado varios exámenes para optar a un puesto con unas condiciones concretas, puesto al que de otra forma podría haber accedido a través de una consultora, ganando más dinero seguramente, pero sin tener ese horario. Aquello no me parecía ni medio bien. Aquel ocultismo y desinformación para incorporarme a mi plaza empezaba a tomar cuerpo. Durante las primera semanas ya dije que yo no podía llevar ese calendario, puesto que estaba haciendo un Máster  de Sistemas Telemáticos en la URJC (el cual tuve que cambiar por si acaso por el Máster de Sistemas HW y SW, que pudiera hacer incluso en estas condiciones). El horario que me habían puesto me impedía acudir por las tardes (salía entre las 7 y las 8 cada día, incluidos viernes). El horario en cualquier consultora es de 8 a 5.30 o de 9 a 6.30, y tardes de los viernes libre, con horario de verano. Aqui era todas las tardes hasta las 7 o las 8, viernes incluido, y sin horario de verano. Vamos, una mejora del 15. Mi jefe tenía atemorizado a todo el departamento, así que lo normal es que nadie se enfrentara con él, ya que si lo hacía, aparte de no conseguir nada, es posible que terminara llorando en un rincón, en el mejor de los casos, o con depresión y falta de autoestima. De hecho este señor ya había conseguido mandar a 2 personas a casa con depresión y trasladar voluntariamente a otras 3 para no tener que sufrirle. Vamos, que es el jefe que todos queremos tener.

El caso es que yo me dije que no había pasado por una oposición para terminar teniendo un horario peor que el que tenía antes. Recursos Humanos, compinche necesario en esta batalla, tampoco quiso ayudar, sino que más bien hizo lo contrario, llegando a decirme que yo no estaba amparado ni por el estatuto de los trabajadores ni por el convenio del empleado público (es decir, que estaba en el limbo de los derechos, entre los que apalean olivos y los que llegan en patera). Hablé con los sindicatos, les expuse mi caso y les mostré que ningún otro funcionario o laboral tenían ese horario. Los sindicatos se encogieron de hombros. Y no sólo eso, pusieron en conocimiento de mi jefe que había hablado con ellos. Hablé con el jefe de mi jefe, el cual sí se mostró de acuerdo a lo que exponía, pero me dijo que no podía hacer nada, salvo pedir un traslado a su departamento (el cual no me aprobaron). Mi jefe me decía que si aquello no me gustaba, siempre podía irme y desistir de mi plaza. Poco a poco me iba quedando sin cartuchos, pero yo seguía tocando todos los palos que tenía disponibles. Y de pronto me di cuenta, que lo que iba en mi contra, también iba a mi favor. El ministerio era ... un ministerio. Una mole difícil de cambiar o de mover. Mi jefe podía hacerme la vida imposible ... y yo a mi jefe. En el mejor de los casos iba a estar 1 año, y en el peor, 12 meses. La única forma de que yo perdiera mi plaza era que yo la abandonara, así que era cuestión de agarrarse fuerte al timón y balancear un poco el barco, a ver qué pasaba. En realidad, no tenía mucho que perder, y sí mucho que ganar.

Finalmente, llegó el enfrentamiento ineludible. Un día me dijo que tenía que estar un viernes por la tarde. Ese viernes yo iba a acompañar a mi madre al médico. Yo dije que no iba a estar porque ya había cumplido mis 40 horas con creces, ya que con el calendario de turnos el jueves a mediodía ya había terminado mis 40 horas. Es decir, le desafié. Este señor me llamó por teléfono, y se puso a  gritar (tuve que apartar el teléfono de la oreja para no quedarme sordo), a insultarme, me llamó desgraciado, me dijo que no tenía solidaridad con mis compañeros y que si aquella tarde no iba a trabajar iba a acabar con mi carrera ¿¿??. Con aquello mismo, cuando terminó la mañana, me subí a hablar con el subdirector del área, antes de irme a casa, y le conté lo que pasaba. Y al hablar con la subdirección, mira por donde, me llevé una gran sorpresa: Mi contrato era de 37.5 horas, no de 40. Recursos Humanos nunca había querido decirme cual iba a ser mi horario para que yo no descubriera que se estaban ahorrando mi complemento de productividad. Naturalmente yo no sólo no podía elegir tardes, es que ni siquiera tenía que hacerlas, ni 5, ni 2 ni ninguna. En aquel momento, donde me jugué el todo por el todo, donde me daba igual enfrentarme a un despido disciplinario, cuando ya no tenía más bazas que jugar, encontré la verdad, y aliados con poder para hacerla valer.

El caso es que después de la trayectoria que arrastraba aquel señor con sus empleados, y dado que yo sólo estaba reivindicando lo mío, la cosa estaba bastante clara y el problema quedó solucionado. A mi jefe le debieron dar un toque importante, porque a mí ya no se atrevió a gritarme nunca más ni a insultarme, aunque sí siguió haciéndolo regularmente con el resto. Por mi parte, pude elegir mi horario, el cual escogí, como es natural, idéntico al de mi chica, de manera que todos los días podíamos ir juntos a trabajar y comer juntos. Nuestro jefe, decidió que si no estaba con él, estaba contrá él y me dejó prácticamente sin trabajo todo el año, lo cual no me importó en absoluto. Aproveché para hacer mi Máster y entregar el mismo año el Trabajo de Fin de Máster, y para aprender muchas cosas que tenía pendientes. 3 meses más adelante me ofrecieron un Complemento de Productividad haciendo 2 tardes, pero lo rechacé, como es obvio. Siempre he pensado que todo el mundo debería poder ser funcionario durante un año de su vida. 




Y esto fue porque no me dio miedo a pelear lo que yo consideraba justo y me correspondía. Porque aunque la maquinaria del ministerio era grande, aquello jugaba en mi contra, pero también a mi favor, y por ello conseguí que se respetara mi horario. Podía haber perdido. Podía haberme quedado sin plaza.  Podía haberme callado y haber vivido un año terrorífico. Pero ¿para qué? ¿es realmente necesario? ¿sirve para algo? La vida es muy corta, y cuando uno pasa los primeros años laborales, sabe con quien debe callarse y con quien no, y qué puede aceptar. Y que evitar una confrontación no debe hacerse a cualquier precio. Los sindicatos no quisieron saber nada. Ni Recursos Humanos. Ni mis compañeros, tanto externos como funcionarios, que aplaudían aquel reparto desigual de tareas.

Las conclusiones que se pueden sacar de esto, son varias:

  1. Las cosas se consiguen peleándolas, y nunca llegan solas. 
  2. Que los derechos rara vez se han conseguido sin trabajarlos.
  3. Cuando uno consigue un derecho, si este es razonable, debe mantenerlo tanto como le sea posible, y pelear por ello si llega a ser necesario. 
  4. Que nadie va a hacer valer tus derechos salvo tú mismo, aunque es muy posible que si consigues una mejora, esta se aplique a todos, incluso a gente que no la merece o que decía estar en contra de la reivindicación (pero no de sus beneficios).

Dicho esto, no sé si la huelga de hoy servirá para algo, ya que era previsible, esperada, y está demasiado politizada. Casi se podría decir que se hace porque "toca" pero sin demasiada esperanza de que valga realmente para algo.  Sin embargo, el gobierno tiene miedo a que haya un seguimiento masivo de la misma, o que los medios de comunicación puedan hablar de éxito. De hecho, es curioso como en algunos ayuntamientos controlados por el PP, como Madrid o Valladolid, las farolas han estado encendidas hoy a pleno día. La idea es poder decir que el consumo energético no se ha visto alterado, señal de que la huelga no ha sido secundada, lo que no es cierto, sobre todo en lugares como el País Vasco, Navarra o Asturias donde practicamente ha parado todo el mundo.

Sin embargo, lo que hoy se reivindica no es sólo la aplicación de una reforma laboral, sino otras cosas, como la no-aplicación de la misma en algunos estamentos, como la casta política, o el derroche continuo de fondos en adjudicaciones a dedo o concursos amañados. La no-aplicación del software libre en la administración pública a pesar de estar más que demostrado el ahorro que supone a las arcas del estado. La falta de transparencia del gobierno a la hora de tomar decisiones, la imposibilidad de la ciudadanía de tomar decisiones que le afecta directamente por las trabas y muros que levantan los partidos políticos para impedir supervisar su gestión. El desmantelamiento de servicios públicos, vitales para crear una ciudadanía de provecho, y en definitiva, la destrucción a pico y pala de un país que había conseguido un buen status, haciéndolo muy agradable para vivir en él. 

No sé si una huelga general vale para plantar cara a este tipo de atropellos. En cualquier caso, creo unas buenas técnicas para mejorar lo que tenemos son:

  • Pelear con la administración. No dejar que se salga con la suya, acudiendo al Defensor del Pueblo o al Tribunal Supremo de ser necesario. El desasosiego es el arma que usan para ganar sus batallas. Son difíciles de ganar, pero no imposibles.
  • Denunciar las malversaciones. Los gastos de cualquier empresa pública o ministerio deben ser selladas y/o aprobadas por funcionarios. Si estás en ese caso, haz públicos los gastos de tus jefes. Que todo el mundo sepa que se están gastando el dinero del estado en regalos o viajes.
  • No apoyes a grupos políticos que hayan estado envueltos en escándalos de malversación o corrupción. Da lo mismo si han salido absueltos por defectos de forma o argucias legales. No merecen tu confianza ni la posibilidad de volver a repetirlo.
  • Infórmate sobre cómo funciona tu país. Cuál es el gasto económico de un año. Cuales son los presupuestos generales del estado. En qué se gasta el dinero. La información es poder. Muchas batallas se pierden por falta de información.
  • Conoce las leyes. Son más fáciles de leer e interpretar de lo que uno cree, y suponen una magnífica arma para combatir desde arriba.
  • Si conoces a alguien que vive de los demás, no le aplaudas. Si conoces a alguien que no paga los impuestos, no te calles. Si conoces gente que coge subvenciones que no le corresponden, denúncialo. Estamos en la situación que estamos porque hay mucha gente queriendo vivir de los otros, y además, mejor que ellos. Durante muchos años ha habido una balanza más o menos equilibrada de trabajadores y parásitos. Últimamente, la balanza se ha inclinado demasiado, lo que ha provocado el desequilibrio actual. No permitas parásitos. Aunque creas que no te influye, te afecta más de lo que crees.

  


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